viernes, noviembre 03, 2006

K: el hombre más flaco del mundo

El 1º de noviembre de 1912, la señorita Felice Bauer recibe de su enamorado una curiosa carta en la que, entre otras cosas, se puede leer lo siguiente:

"Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados, pero el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barrido... Pese a lo flaco que soy -y soy la persona más flaca que conozco...-, tampoco puede decirse que, en lo tocante a la literatura, haya nada en mí que se pueda calificar de superfluo, superfluo en el buen sentido de la palabra... Ahora mi vida se ha hecho más ancha de pensar en usted, apenas pasa un cuarto de hora estando despierto sin que le haya dedicado un pensamiento... Últimamente he visto con asombro de qué manera se haya usted ligada íntimamente a mi trabajo literario, pese a que, hasta el momento, precisamente creía no pensar lo más mínimo en usted al escribir... Mi manera de vivir está organizada únicamente en función de escribir, y si sufre modificaciones éstas no tienen otro objeto que una mejor adecuación, en lo posible, a mi actividad literaria... Suyo, Franz K."

Se trata efectivamente del famoso Kafka, un ser “sin ascendientes, sin matrimonio, sin descendientes, con un vehemente deseo de ascendientes, de matrimonio, de descendientes...”, quien no sólo ha sido uno de los hombres que más se ha quejado de sus imposibilidades, sino también uno de los que más provecho literario les ha sacado. Sus diarios, sus cartas, sus narraciones, no son más que la descripción de un enorme combate: la lucha del hombre (diminuto) frente al tiempo (monstruoso), frente a los demás, frente a sí mismo: “todos los obstáculos me destruyen”, dirá, desde el temor y la fragilidad de su existencia, porque después de todo, no cabe dudas de que él es el hombre más flaco del mundo.

El escritor checo siempre parece estar hablando de sí mismo, y sus cartas están marcadas por el egotismo y la hipocondría: al confrontar biografía y obra, no nos quedan dudas de que él es, con diversos nombres en claves, el propio sujeto protagonista de sus historias de ficción. Para K., la literatura llega a ser su “muralla china” frente al mundo, frente al poder omnímodo representado en la figura del padre-dios, y una forma de empinarse delante de la realidad que le rodea, de esa realidad que le hace sentir como un bicho, como basura, “por los suelos”. Y en su búsqueda externa de sí mismo, Felice representa el espejo de lo que él no puede ser: una persona normal, sin excentricidades. De pronto no deja de pensar en ella, se le aparece por todas partes y, de cierta forma, también ella se convierte en literatura. ¿Se trata de Amor? Quizás sí: Cada uno se busca a sí mismo en el otro. Quizás no: En el otro, cada uno se rechaza a sí mismo...

Como otras tantas realidades, “la condición de célibe le produce horror”. Le hace ver, lógicamente, que así su ser queda “reducido a su propia existencia, sin pasado ni porvenir”, que “el célibe no tiene más que el instante”, que “ocupa en la vida un espacio cada vez más estrecho”, y que al morir, el círculo quedará enteramente ajustado a su medida. En tal sentido entiende que “celibato y suicidio se riman en el mismo plano del conocimiento”. Por eso Kafka, acaso ingenuamente, urgido por demás de que el amor lo salve, quisiera “casarse, fundar una familia; aceptar todos los hijos que nazcan, ayudarles a vivir en este mundo inseguro e, incluso, si es posible, guiarles un poco… Esto es, estoy convencido -escribe a su padre-, el más alto grado que un hombre puede alcanzar”.

Sin embargo, él, como sus personajes, es un individuo sospechoso, procesable, culpable; ni él ni nosotros sabremos a fondo de qué ni por qué, pero está condenado a la soledad por un poder invisible. Para Kafka, las conjeturas no harán más que desencadenar y potenciar su sello vital y literario: el miedo, la angustia. Lo cierto es que, fuera y dentro de los libros, enfrenta un sumario infinito ante un tribunal desconocido, inexorable; lo que asimismo, para los lectores acuciosos y la crítica, no es más que una gran metáfora del absurdo existencial con que el hombre moderno se inscribe y toma cuerpo dentro de la historia contemporánea, digamos que la escala de grises de la patología posmoderna.

Para el Kafka de los Diarios como para su Artista del hambre, la finalidad es desaparecer; su goce, su victoria, es su dolor, su derrota. El hombre, el artista, en actitud cuasi mesiánica, entiende que cumple su destino: expresar el “mundo tremendo (terrible) que tiene en la cabeza. “Pero cómo liberarme y liberarlo, dice, sin que se desgarre y me desgarre. Y es mil veces preferible desgarrarse que retenerlo o enterrarlo dentro de mí. Para eso estoy aquí, esto me resulta perfectamente claro”. Así, frente al abismo, K. justifica su decisión de saltar al vacío. Rompe todas sus ataduras, se alza contra el poder de la sangre y al tiempo se deshace del gran compromiso social en favor del otro mundo insoportable que late en su interior: la literatura.

“No soy nada más que literatura... Ni puedo ni quiero ser otra cosa... Todo lo que no es literatura me fastidia y lo odio…” La paradoja de las paradojas: la fortaleza de Kafka es su literatura; la literatura de K. es (revela) su debilidad frente al orden que le rodea. Y es así que, sobre la página, tratando de proteger el cuerpo de sus animales de ficción, Kafka se transforma y sucumbe a la vez como escarabajo, como agrimensor, como artista del hambre, como trapecista, como insecto, como viajante de comercio, “como un perro”.

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Primera parte del ensayo KAFKA Y PESSOA: LA LITERATURA COMO SINO, que publiqué en el número 3 de la Revista del Círculo Literario El Aleph, Santo Domingo, mayo del 2000.

7 comentarios:

1234567ycasillego dijo...

Es increible como nuestras inseguridades pueden convertirnos en autosuficientes, fabricar limitaciones y tenerle fe, aunque siento que K emerge una suavidad natural que contraresta un poco la rudeza de nergarse la alegría, diversión, risas y placeres.

Me gusto mucho tu ensayo.

:)

S.

Orlando Muñoz dijo...

Interesante observación, Sabrina. Ciertamente K traduce todas sus debilidades en literatura, que al parecer es lo único que podía salvarlo, por lo menos de la fría indiferencia del tiempo...

Clarice Baricco dijo...

Gracias por compartirlo.
Espero la segunda parte.

Saludos

Orlando Muñoz dijo...

Gracias a ti por la visita, Clarice. La segunda parte (sobre Pessoa) viene dentro de poco y luego, finalmente, la tercera (la conclusión).

Isabel Barceló Chico dijo...

Interesantísimo este análisis de la personalidad de Kafka, empezando por la elección de la carta. Un sujeto singular. Todos, en general, estamos llenos de frustraciones y no somos genios de la literatura... Besos y hasta pronto.

Anónimo dijo...

"al confrontar biografía y obra, no nos quedan dudas de que él es, con diversos nombres en claves, el propio sujeto protagonista de sus historias de ficción."

Me ha gustado mucho esta parte. Kafka es una de mis favoritos. Así como dices, cada cosa que él escribía la convertía en escritura, transformándose él en el protagonista que lucha en contra de aquellos que no le dan el valor que se merece.

Hace poco leí que Borges decía que el escritor se la pasa tratando de disfrazar su autobiografía, sin darse cuenta que lo que escribe es tan autobiográfico como eso que trata de ocultar.

Saludos

Orlando Muñoz dijo...

Gracias por tu comentario, Isabel. Muchas de las cartas de K (al padre, a Felice, a Milena) resultan ser documentos interesantísimos... Y lo más interesante es que el autor haya podido transformar frustraciones en arte.
...

Hola, Baakanit, bienvenido al blog y gracias por tu comentario. Kafka fue desde mi primera lectura un autor que me atrajo y me intrigó mucho... Pienso que las obras de ficción son formas legítimas de hacer autobiografía; los autores parten de su imaginario, de sus inquietudes, de sus emociones, de su cultura, de sus influencias, de las plenitudes y carencias de su persona y nos ofrecen arte para matizar y enriquecer la vida cotidiana, con frecuencia anodina y sin sentido...