viernes, noviembre 24, 2006

La soledad creciendo en las canciones



“Yo canto mis soledades porque me sobran…”

-Joaquín Sabina-


No sé la forma del amor.
No sé la línea de fondo que pone límite
o expande apetitos y distancias…

Recobro de ti, sin embargo, sonrisa y tristeza,
y una hilera de palabras que dibujan imposibles.

Y me quedo pasmado en la belleza fatal de ciertas horas,
con tu ausencia nadando como un pez entre las sílabas,
y con este poema que casi me tiembla entre los dedos.

Se escribe así otra historia de novios imposibles, talvez,
y el cuerpo de la soledad sigue creciendo en las canciones.

Cierto que hay gente que prefiere imaginar otro paisaje.

Allá tus ojos, cerrados, dibujando noche y vino para dos.
Y aquí los labios inútiles, entreabiertos, sedientos, esperando…

miércoles, noviembre 08, 2006

Kafka y Pessoa: la literatura como sino


Pessoa: o del arte de ser otro

El 29 de septiembre de 1929 la señorita Ofelia Queiroz recibió de su novio una carta en la puede leerse lo siguiente:

"Llegué a la edad en que se tiene el propio dominio de las propias cualidades... Es pues la ocasión de realizar mi obra literaria... Para realizar esa obra, necesito sosiego y un cierto aislamiento... Toda mi vida futura depende de poder o no hacer esto, y pronto. Además, mi vida gira en torno a mi obra literaria... Todo lo demás en la vida tiene para mí un interés secundario... Es preciso que todos, los que se tratan conmigo, se convenzan de que soy así, y que exigirme los sentimientos, muy dignos por cierto, de un hombre vulgar y banal, es como exigirme que tenga ojos azules y pelo rubio. Y estar tratándome como si yo fuera otra persona no es la mejor manera de mantener mi afecto... Me gusta mucho -pero mucho- usted, Ofeliña. Aprecio mucho -muchísimo- su índole y su carácter. Si me caso, no me casaré sino con usted. Resta saber si el matrimonio, el hogar (o como quiera que le llamen) son cosas que se concilien con mi vida de pensamiento. Lo dudo. Por ahora, y pronto, quiero organizar esa vida de pensamiento y de trabajo mío. Si no consigo organizaría, claro está que nunca siquiera pensaré en pensar en casarme. Si la organizo en términos de ver que el matrimonio sería un estorbo, claro que no me casaré. Pero es probable que no sea así. El futuro -y es un futuro próximo- lo dirá... Su muy afecto, Fernando."

Se trata de Pessoa, quien no se conformó jamás con ser el mismo hombre todos los días. Así, para poder escribir otra vez y desde otra perspectiva, le era necesario transformarse, ser otro, inventarse otra biografía y, dentro de sus creencias metafísicas, otra carta horoscopal. Fue, paradójicamente, un “desconocido de sí mismo”; vivió siempre entre personas fantasmales a las que él mismo dibujaba en el papel y que, con el tiempo, llegaron a tener tanta o mayor presencia material que su creador. Hoy día, por ejemplo, la crítica literaria discute quién es mejor poeta entre sus diversos heterónimos, si Campos, Reis, Caeiro o el propio Pessoa. La invención de personalidades la llevó más allá de la literatura, en sus relaciones amorosas se cuenta que el poeta no siempre visitó a Ofelia Queiroz como Fernando, a veces enviaba en su lugar a su heterónimo el ingeniero naval Álvaro de Campos, quien, en definitiva, se dice que tuvo mucho que ver con el rompimiento de la pareja.

Ya puestos a comparar, contrario a la gravedad y/o afectación en las cartas de Kafka, en las de Pessoa resalta cierto gesto de superioridad, el poeta portugués no admite que se le trate como a un hombre vulgar o estereotipado, se niega rotundamente a que los demás quieran “obligarle a tener los ojos azules”. Pero en ellas también se pone sus máscaras y se permite, por ejemplo, la ternura del retozo y el uso cordial del diminutivo al nombrar a su novia: “Ofelita, bebecito, amorcito mío, Nenita”... Por otra parte, sin embargo, la posición frente al dilema matrimonio /literatura es fundamentalmente la misma que la del escritor checo. Pero, a diferencia de Kafka, Pessoa no se auto inflige jamás y parece evidente que el matrimonio no es para él una obsesión, como parece serlo para K., aunque éste no quiera reconocerlo.

De otro lado, en relación con los heterónimos, en una carta dirigida a Adolfo Casáis Monteiro, Pessoa escribe: "El origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación... Desde niño tuve la tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, de rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo quien no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos)..." Dos palabras a destacar: despersonalización y simulación; contra esa definida unidad que socialmente se espera de la persona, ésta deja de ser un solo rostro y al disfrazarse se multiplica. Pessoa se difumina y se reafirma en la ficción, entre sus personajes-escritores, y acaso bajo la influencia del budismo, pone en duda la propia existencia del yo... Cada heterónimo del poeta es una máscara, una pieza de palabras para ocultar o disimular el rostro del hombre, y desvelarlo. Así, en él, la negación del sujeto es su afirmación.

Según la propia Ofelia, el suyo con Pessoa fue un "noviazgo inocente, hasta cierto punto igual al de todo el mundo, aunque Fernando nunca hubiese querido ir a mi casa, como era normal en cualquier novio. Y que a propósito argumentaba: "Sabes, es preciso comprender que eso es de gente vulgar, y yo no soy vulgar." Y ella lo comprendía y lo aceptaba exactamente así, como él era. De otra parte, también relata que él le indicaba muchas veces: "No le digas a nadie que somos novios, es ridículo. Nos amamos." Y que Fernando era un poco confuso, principalmente cuando se presentaba como Á. "Hoy, no he sido yo el que ha venido, ha sido mi amigo Álvaro de Campos..." Comportándose en tales ocasiones de una manera totalmente diferente a lo que era habitual dentro del noviazgo. Sí, asumía su máscara de nuevo, fuera de la literatura: "Disparatado, diciendo despropósitos. Un día, nos sigue contando Ofelia, cuando llegó a mi lado, me dijo: "Traigo una incumbencia, señora, la de meter la fisonomía abyecta de ese Fernando Pessoa en un cubo de agua." A lo que ella replicó: "Detesto a ese Álvaro de Campos. Sólo quiero a Fernando Pessoa."

Al final, Kafka y Pessoa se casan... con la Literatura

En P. y K. hay, evidentemente, cierta rebelión definitiva frente al mundo. La introspección los convierte en otros. La realidad externa, el mundo, les es intolerable: todo, todos, atentan contra el espacio que buscan. Frente a tales circunstancias, sin amor, ambos abdican, ambos arriesgan la vida, se recogen, se juegan el tiempo presente... De ahí la metamorfosis y la teatralidad del sujeto y su discurso: Pessoa es una serie de máscaras (poetas heterónimos que juegan al vacío y a decir, desde el tedio existencial, lo indecible); Kafka, una serie de pellejos y caparazones (toda una fauna indefensa que resiste, a merced de los hombres, la absurda maquinaria del orden establecido). Pudiera decirse que en K., el sujeto, la máscara, se rebaja a la condición de animalejo: la metamorfosis es vertical hacia abajo. En P., la persona, la máscara, se multiplica en iguales: la metamorfosis es horizontal, hacia los lados.

A diferencia de sus pretendientes, Felice y Ofelia son mujeres normales, vale decir de este mundo. A ellas no se les ocurre amanecer convertidas en insecto, ni tampoco cambiar nombre y biografía para escribir uno u otro poema. Pero, ¿qué tienen O. y F. para ser esposas imposibles? El 'problema' no está realmente en ellas; ambas incluso llegaron a estimular la producción literaria de sus novios, lo cual en verdad era irremediable porque, por encima de todo, el sino de Kafka y Pessoa no era otro que la Literatura.

Y respecto a la vida, ¿cómo entonces definirlos? ¿Acomplejados? ¿Esquizofrénicos? ¿Neuróticos? ¿Egotistas? ¿Histéricos? ¿Antisociales? …Son pequeños dioses de uno y mil rostros malditos. La psicología o la sociología podrán limitarlos como gusten; pero todo aquel que les conoce desde sus obras sabe que, como Creadores, ellos desbordan los moldes. Por eso, bajo el hongo del sombrero y en silencio, ambos coquetean con la puta eternidad, ambos toman la palabra y escriben, ambos erigen murallas frente al mundo... y se enamoran y se casan con la literatura, y tienen hijos-libros y mueren. Y por esos hijos, de pronto, sin enterarse siquiera, son inmortales ante nosotros los dos, a su pesar.

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Segunda y última parte del ensayo KAFKA Y PESSOA: LA LITERATURA COMO SINO, que publiqué en el número 3 de la Revista del Círculo Literario El Aleph, Santo Domingo, mayo del 2000.

viernes, noviembre 03, 2006

K: el hombre más flaco del mundo

El 1º de noviembre de 1912, la señorita Felice Bauer recibe de su enamorado una curiosa carta en la que, entre otras cosas, se puede leer lo siguiente:

"Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados, pero el no escribir me hacía estar por los suelos, para ser barrido... Pese a lo flaco que soy -y soy la persona más flaca que conozco...-, tampoco puede decirse que, en lo tocante a la literatura, haya nada en mí que se pueda calificar de superfluo, superfluo en el buen sentido de la palabra... Ahora mi vida se ha hecho más ancha de pensar en usted, apenas pasa un cuarto de hora estando despierto sin que le haya dedicado un pensamiento... Últimamente he visto con asombro de qué manera se haya usted ligada íntimamente a mi trabajo literario, pese a que, hasta el momento, precisamente creía no pensar lo más mínimo en usted al escribir... Mi manera de vivir está organizada únicamente en función de escribir, y si sufre modificaciones éstas no tienen otro objeto que una mejor adecuación, en lo posible, a mi actividad literaria... Suyo, Franz K."

Se trata efectivamente del famoso Kafka, un ser “sin ascendientes, sin matrimonio, sin descendientes, con un vehemente deseo de ascendientes, de matrimonio, de descendientes...”, quien no sólo ha sido uno de los hombres que más se ha quejado de sus imposibilidades, sino también uno de los que más provecho literario les ha sacado. Sus diarios, sus cartas, sus narraciones, no son más que la descripción de un enorme combate: la lucha del hombre (diminuto) frente al tiempo (monstruoso), frente a los demás, frente a sí mismo: “todos los obstáculos me destruyen”, dirá, desde el temor y la fragilidad de su existencia, porque después de todo, no cabe dudas de que él es el hombre más flaco del mundo.

El escritor checo siempre parece estar hablando de sí mismo, y sus cartas están marcadas por el egotismo y la hipocondría: al confrontar biografía y obra, no nos quedan dudas de que él es, con diversos nombres en claves, el propio sujeto protagonista de sus historias de ficción. Para K., la literatura llega a ser su “muralla china” frente al mundo, frente al poder omnímodo representado en la figura del padre-dios, y una forma de empinarse delante de la realidad que le rodea, de esa realidad que le hace sentir como un bicho, como basura, “por los suelos”. Y en su búsqueda externa de sí mismo, Felice representa el espejo de lo que él no puede ser: una persona normal, sin excentricidades. De pronto no deja de pensar en ella, se le aparece por todas partes y, de cierta forma, también ella se convierte en literatura. ¿Se trata de Amor? Quizás sí: Cada uno se busca a sí mismo en el otro. Quizás no: En el otro, cada uno se rechaza a sí mismo...

Como otras tantas realidades, “la condición de célibe le produce horror”. Le hace ver, lógicamente, que así su ser queda “reducido a su propia existencia, sin pasado ni porvenir”, que “el célibe no tiene más que el instante”, que “ocupa en la vida un espacio cada vez más estrecho”, y que al morir, el círculo quedará enteramente ajustado a su medida. En tal sentido entiende que “celibato y suicidio se riman en el mismo plano del conocimiento”. Por eso Kafka, acaso ingenuamente, urgido por demás de que el amor lo salve, quisiera “casarse, fundar una familia; aceptar todos los hijos que nazcan, ayudarles a vivir en este mundo inseguro e, incluso, si es posible, guiarles un poco… Esto es, estoy convencido -escribe a su padre-, el más alto grado que un hombre puede alcanzar”.

Sin embargo, él, como sus personajes, es un individuo sospechoso, procesable, culpable; ni él ni nosotros sabremos a fondo de qué ni por qué, pero está condenado a la soledad por un poder invisible. Para Kafka, las conjeturas no harán más que desencadenar y potenciar su sello vital y literario: el miedo, la angustia. Lo cierto es que, fuera y dentro de los libros, enfrenta un sumario infinito ante un tribunal desconocido, inexorable; lo que asimismo, para los lectores acuciosos y la crítica, no es más que una gran metáfora del absurdo existencial con que el hombre moderno se inscribe y toma cuerpo dentro de la historia contemporánea, digamos que la escala de grises de la patología posmoderna.

Para el Kafka de los Diarios como para su Artista del hambre, la finalidad es desaparecer; su goce, su victoria, es su dolor, su derrota. El hombre, el artista, en actitud cuasi mesiánica, entiende que cumple su destino: expresar el “mundo tremendo (terrible) que tiene en la cabeza. “Pero cómo liberarme y liberarlo, dice, sin que se desgarre y me desgarre. Y es mil veces preferible desgarrarse que retenerlo o enterrarlo dentro de mí. Para eso estoy aquí, esto me resulta perfectamente claro”. Así, frente al abismo, K. justifica su decisión de saltar al vacío. Rompe todas sus ataduras, se alza contra el poder de la sangre y al tiempo se deshace del gran compromiso social en favor del otro mundo insoportable que late en su interior: la literatura.

“No soy nada más que literatura... Ni puedo ni quiero ser otra cosa... Todo lo que no es literatura me fastidia y lo odio…” La paradoja de las paradojas: la fortaleza de Kafka es su literatura; la literatura de K. es (revela) su debilidad frente al orden que le rodea. Y es así que, sobre la página, tratando de proteger el cuerpo de sus animales de ficción, Kafka se transforma y sucumbe a la vez como escarabajo, como agrimensor, como artista del hambre, como trapecista, como insecto, como viajante de comercio, “como un perro”.

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Primera parte del ensayo KAFKA Y PESSOA: LA LITERATURA COMO SINO, que publiqué en el número 3 de la Revista del Círculo Literario El Aleph, Santo Domingo, mayo del 2000.