domingo, marzo 29, 2009

PEDRO PÁRAMO: LA PIEDRA Y EL POLVO

A “Pedro Páramo”, la célebre novela de Juan Rulfo, más que como “desorden estilístico” (expresión que se presta a confusiones), hay que verla como un “modelo para armar”, algo más que un simple rompecabezas, un rejuego narrativo de espirales y superposiciones de espacio y tiempo. Dentro de su gran economía de recursos, la novela precisa de lo que también Cortázar denominaba “lector cómplice”, cuasi detective, dispuesto a seguir el juego literario: reteniendo datos, atando cabos, recomponiendo la historia… Pues Rulfo dejó en cada fragmento pistas significativas que permiten al lector reestructurar y comprender, poco a poco, la trama de la novela.

La reseña que sigue la publiqué en agosto de 2000, en el número 4 de la revista del Círculo Literario El Aleph:


Comencemos por el final: ''Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras''. De esa manera se consuma la existencia de Pedro Páramo, “un rencor vivo”, a decir de Abundio Martínez, su hijo, su victimario. Y así se cierra y así se abre a la imaginación de los lectores la que, en palabras de Jorge Luis Borges, ''es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura''. “Pedro Páramo” fue publicada inicialmente en 1955 y es la obra maestra del mexicano Juan Rulfo. Y lo es en virtud de múltiples y variados elementos; sobre todo porque rompe desde varias configuraciones con la narrativa documentalista que le precede y porque marca, al mismo tiempo, a partir de una fabulación maravillosa, una visión renovadora del discurso novelístico hispanoamericano.

La estructura de la novela presenta sesenta y nueve fragmentos (o capítulos, sugeridos por espacios en blanco). Éstos aparecen sin hilos narrativos lineales y sin seguir la continuidad cronológica normal, puesto que cada fragmento pertenece a distintos planos del relato, debido al tratamiento subjetivo del tiempo en el discurso de los personajes, lo cual permitió al autor crear toda una historia mágico-fantasmal que socaba la realidad y que precisa para su decodificación de un lector cómplice, cuasi detective, dispuesto a armar el rompecabezas de la novela.

En cuanto al relato, pudiéramos dividir la obra en dos partes: la primera abarcaría desde la llegada de Juan Preciado a Comala, en busca de su padre, hasta su muerte, días más tarde. Aquí la narración aparece en primera persona, centrada en Juan Preciado. La segunda parte sería la que presenta la plenitud y la decadencia del poderío de Pedro Páramo, los recuerdos y delirios de Susana San Juan, la única mujer que Páramo amó sobre la tierra y, finalmente, la dramatización de la muerte de ambos.

Hay una serie de aspectos esenciales que definen la escritura de Rulfo, a saber: presencia fantasmagórica de ambientes y seres devastados, economía y penetración lírica del discurso, predominio de la oralidad a través del diálogo y del monólogo interior, tiempo circular de las acciones, juego de planos narrativos, entrelazamiento de lo irreal y lo real, de la muerte y de la vida, predominio de la subjetividad de los personajes y visión pesimista de los mismos, a veces marcada por migajas de humor amargo, corrosivo, que llegan de la aceptación de la realidad, del desamparo y de la muerte.

Todos los personajes de la novela son fantasmas, hablan de la vida desde la muerte, su ser en el tiempo queda definido por la dureza de la piedra, Pedro Páramo, y la desoladora vulnerabilidad del polvo, Comala. Porque para este pueblo desgraciado, la injusticia es el nombre de la realidad: ''El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo'', dice Abundio, el arriero. Quien más tarde, frente a la muerte de su mujer, habrá de emborracharse e irá delante de Pedro Páramo a pedir una limosna para enterrar a la muerta. ''Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a pedirme la ayuda que le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo. Tendré que oírlo; hasta que su voz se apague con el día, hasta que se le muera su voz.''

Asimismo, todos los personajes de Rulfo son derrotados por el tiempo:

Doloritas (''siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió'').

Juan Preciado (''me trajo la ilusión...'' ''me mataron los murmullos'').

Dorotea (''¿La ilusión?. Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido'').

Toribio Aldrete (luego de emborracharlo y ahorcarlo, ''condenaron la puerta, hasta que él se secara; para que su cuerpo no encontrara reposo'').

Eduviges (''se suicidó'' ''y sus muecas eran los más tristes gestos que ha hecho un ser humano'').

El Padre Rentería (''–¿Se siente mal?/ –Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy.'').

Fulgor Sedano (a quien los revolucionarios ''lo mataron cocorriendo”, según el tartamudo, “murió cocon una pata arriba y otra abajo.'').

Miguel Páramo (''–Démosle gracias a Dios Nuestro Señor porque se lo ha llevado de esta tierra donde causó tanto mal...'').

Damiana Cisneros (''Deshizo su cruz. Ahora se había caído y abría la boca como si bostezara'').

Abundio Martínez (''Entonces le comenzó a arder la cabeza y sintió la lengua trabada: –Estoy borracho –dijo'').

La mujer de Donis, ¡su hermana! (''¿No ve esas manchas moradas como de jiote que me llenan de arriba abajo? Y eso es sólo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo'').

Bartolomé (''me imagino que será fácil desaparecer al viejo en aquellas regiones adonde nadie va nunca'', dice Pedro Páramo).

Susana San Juan (''trató de separar el vientre de su cabeza; de hacer a un lado aquel vientre que le apretaba los ojos y le cortaba la respiración; pero cada vez se volcaba más como si se hundiera en la noche'').

Pedro Páramo (''Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras.'').

Sí, Comala y Pedro Páramo son uno: la piedra y el polvo, la tumba impasible y silenciosa del tiempo.

En toda la narración de “Pedro Páramo”, no parece que alguien escribiera, simplemente una voz, un rumor, va contando las cosas, y poco a poco descubrimos que el monólogo, la descripción, el sueño, la conversación, los recuerdos, corresponden a toda una vencidad de muertos que relatan sus historias desde el polvo del sepulcro: porque de pronto sabemos que Comala, otrora ''la vista muy hermosa de una llanura verde'', ya no es más que un cementerio, ''sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno''.