martes, octubre 17, 2006

Eros en la Poiesis de Borges*

“Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.”
(Borges)

Octavio Paz dijo alguna vez que la historia de la poesía es inseparable de la del amor. Eros et Poiesis, cuerpo y alma, ciertamente, se nos suelen presentar abrazados, confundidos en la odisea del tiempo, siendo palabra y cuerpo protagonistas de su aproximación y de su cópula constante. Amor y Poesía: el Uno que se busca en el Otro, en una recóndita necesidad de completud. La Poesía como reflejo lírico del alma, como estética de la intimidad; y el Amor como apetencia de la belleza, como anhelo primordial de plenitud existencial.

Aunque, aparentemente, Eros no es la manifestación central en la poesía de Jorge Luis Borges ni se exhibe en su más íntima desnudez ante la silenciosa apetencia de ciertos lectores, los versos del escritor argentino que refieren el amor no escapan en modo alguno a esta visión. En la obra poética de Borges el acto y la palabra se acercan y hasta se tocan, se disfrazan, se confunden, se pierden; se desean tristemente o inútilmente se reclaman.

Para el joven Borges, en el principio, por ejemplo, Eros, el invisible, fue la luz (la manifestación de lo visible), la belleza y el milagro del cuerpo, la totalidad: ‘‘Siempre la multitud de tu belleza’’… ‘‘A despecho de tu desamor / tu hermosura / prodiga su milagro por el tiempo’’… ‘‘Tú / que ayer sólo eras la hermosura / eres también todo el amor ahora’’. En esos versos de juventud el amor aparece como experiencia visceral, bastante entrañable para el hombre; y luego Eros fluye, como queriendo vencer el feroz desamparo del tiempo: ‘‘En la sala severa / se buscan como ciegos nuestras dos soledades’’. Sí, en ellos, los amantes, se expresa entonces la cercanía de lo tibio, de alguna despedida vesperal inolvidable: ‘‘Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de los besos’’. Pero ya también el dolor del amargo desprendimiento, la herida: ‘‘Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo” –dice el poeta-, como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus lágrimas’’.

Asimismo, en muchos textos de la primera etapa de Borges, el tema amoroso se presenta bastante marcado por la tragicidad y la retórica del romanticismo. De tal suerte, la ausencia del ser amado se describe, alguna vez, como un sol terrible; manifestación sensorial de la conciencia del vacío; y luego, más adelante, percepción imaginaria del abismo, lo que de cierta forma también deja implícita la eterna dicotomía de ‘amor o muerte’: ‘‘Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta, / el mar al que se hunde.’’

En términos generales, el Eros borgiano se nos revela muy marcado por el recato y la añoranza. Y seguramente que ello nos conecta directamente con la biografía del autor… Respecto al amor, la poética de Borges responde, es evidente, a la mentalidad de un individuo que, a pesar de ser un confeso heresiarca, resulta religioso en el sentido esencial de la palabra. Mentalidad de quien, como se sabe, no vivió con efervescencia ni amplitud los placeres inmediatos de la carne y en cambio se identificó casi totalmente con los del espíritu.

Es acaso “El amenazado” el texto borgiano que contiene mayor cantidad de elementos en cuanto a la concepción amorosa de su autor. Allí, Eros es avistado por el pudibundo y temeroso poeta con estas palabras: “Es el amor / tendré que ocultarme o que huir. / Crecen los muros de su cárcel como en un sueño atroz.” Eros avanza y ‘amenaza’. El hombre teme sucumbir ante la tempestuosa forma de su ser y de su estar, etéreo y corpóreo a la vez.

A partir de una paradójica concepción monista del universo, se le ocurre que cada mujer es la misma mujer, la Mujer, que todas las experiencias amorosas son una sola y la misma, el Amor. Pero nada puede contra la fuerza sibilina del Eros, contra su imprudencia deliciosa; ni los placeres de la razón ni los mecanismos de la costumbre ni el afecto maternal; todo parecen sucumbir frente a este dios omnipresente… el poeta dice: “De qué me servirán mis talismanes, / el ejercicio de las letras, / la vaga erudición, / el aprendizaje de las palabras que usó el áspero norte para cantar sus mares y sus espadas, / la serena amistad, / las galerías de la biblioteca, / las cosas comunes, / los hábitos, / el joven amor de mi madre, / la sombra militar de mis muertos, / la noche intemporal, / el sabor del sueño...”

El Otro lucha por definirse frente al Uno y, de pronto, pero se convierte en punto de referencia inevitable: “Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.” Ciertamente, nada puede adormecer o domeñar al invasor. El alivio que da, el placer, viene siempre de la mano con el temor a la infausta soledad, puesto que las cosas sólo adquieren realidad satisfactoria ante la presencia del Otro. El insistente Amor reclama comunión espiritual y de la carne. Por ello, la mujer que nos ocupa y que nos place, es también la que nos duele: “El nombre de una mujer me delata –dice Borges, para terminar de manera contundente el poema– / me duele una mujer en todo el cuerpo.”

En algunos otros versos de la madurez, el amor no es más que una reflexión: ‘‘Este polvo que soy será innumerable. / Si una mujer comparte mi amor / mi verso rozará la décima esfera de los cielos concéntricos; / si una mujer desdeña mi amor / haré de mi tristeza una música, / un alto río que siga resonando en el tiempo. / Viviré de olvidarme’’. En otros, el deseo de lo imposible: ‘‘Que no daría yo por la memoria / de que me hubieras dicho que me querías / y de no haber dormido hasta la aurora, / desgarrado y feliz.’’ O una mera recreación literaria: ‘‘Diana, la diosa que es también la luna, / me veía dormir en la montaña / y lentamente descendió a mis brazos / oro y amor en la encendida noche. / Yo apretaba los párpados mortales, / yo quería no ver el rostro bello / que mis labios de polvo profanaban. / Yo aspiré la fragancia de la luna / y su infinita voz dijo mi nombre. / Oh las puras mejillas que se buscan, / oh ríos del amor y de la noche...’’ O simplemente un fantasma que merodea la atmósfera del poema, con una que otra repentina aparición en su discurso.

Respecto a los últimos libros, la de Borges sigue siendo una literatura puritana de una refinada y, para muchos, alarmante castidad. Eros en ella es la eterna nostalgia, un vacío irremediable que algunas veces se reduce a la cándida evocación de algún beso, del acto amatorio más simple y primigenio: ‘‘La memoria del tiempo / está llena de espadas y de naves / y de polvo de imperios / y de rumor de hexámetros / y de altos caballos de guerra / y de clamores y de Shakespeare. / Yo quiero recordar aquel beso/ con el que me besabas en Islandia”. Dentro de este contexto, Islandia es el paraíso perdido y por tanto el amor (el amor, lo único que pareciera salvar al hombre del olvido); y el beso es una experiencia pletórica y es una síntesis del tiempo, puesto que en él el instante concentra y descarta todos los elementos que les son caros al poeta, siempre fascinado por los valores culturales de la historia y, sobre todo, de la literatura.

Finalmente, en cuanto a la filosofía de la escritura, acaso justificando con ello toda la carga de nostalgia que permea su poesía, Jorge Luis Borges escribe: “Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza’’, y concluye asegurando que ‘‘no hay otros paraísos que los paraísos perdidos.”

De todos modos, en Borges, como siempre, la aventura del espíritu es una experiencia fascinante. Nuestro autor, a pesar de sus relativas insuficiencias carnales o mundanales, ha sabido poner firmemente los pies en la tierra sin descender jamás del cielo; ha hecho del dolor ‘‘una música, un alto río que [sigue] resonando en el tiempo’’ y así, a su manera, ha ganado el eterno paraíso de los libros y del laberíntico amor, porque, a pesar de todo, la literatura lo salva frente al mundo para siempre en nuestros corazones.


*Publiqué este ensayo originalmente en el primer número de la Revista del Círculo Literario El Aleph, Santo Domingo, República Dominicana, agosto de 1999.

3 comentarios:

Heriberto dijo...

"Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar..."

Eros, tímido y cerebral, siempre estuvo como un contrapeso al más poderoso Tanathos en la poesía de Borges.
"me duele una mujer en todo el cuerpo.” escribió posiblemente después de alguno de los rechazos de alguna de las tantos amores platónicos, a quienes les ofrecía coeditar un libro, así hay todo un subgénero en la Argentina de la época, el de los libros de J.L.B. y .... (siempre una mujer).

ángel dijo...

Un gusto haber leído tus reflexiones sobre el autor de El Aleph, mi admirado Borges.

Saludos...

Tony dijo...

Ya hablar de Borges es un tema del que, sé, se necesita haberlo entendido y entendido a sus metafísicas obras que el ensayo que presentas tiene una limpieza muy buena; a ver si podemos hacer un link entre mi blog y el suyo